17 junio, 2013

Haz lo que yo digo, no lo que yo hago.

Por qué será que, cuando se trata de alguien más, siempre sabemos qué es lo que debería hacer, decir, cómo debería enfrentar determinadas situaciones, personas, qué actitud debería tomar ante la vida, cómo debería ser la relación con su pareja, con su ex, con sus hijos, hermanos o padres. Podemos llegar a tener las palabras más adecuadas, de ser necesitadas. Pero cuando se trata de nosotros mismos, aplicaría mejor el famoso dicho "haz lo que yo digo, no lo que yo hago".

Yo vivo hablando de decir siempre la verdad, vivo diciéndole al mundo que hay que expresarse, hacer lo que uno quiere porque la vida es una sola y hay que aprovecharla para ser feliz mientras dure. Vivo predicando el decirle a nuestros seres queridos cuanto los queremos, cuanto los amamos, necesitamos, extrañamos. Sin miedo a nada y sin vergüenza, porque al fin y al cabo que más lindo que expresar cariño?!

Aún así, de vez en cuando, me encuentro en determinadas situaciones en las que me doy cuenta de que todo lo que siempre odié de mi familia y del mundo en general, porque para mí es inentendible, y es lo que estoy siendo! Y como dice una canción de una banda que conocí hace poco: me sentía especial, no me veía como uno más, pero lo fui lo mismo.
 Es inentendible para mí no decir las cosas, no expresarse, no liberar todo lo que uno tiene dentro! Cuando tenés cosas adentro, cuando querés a alguien, cuando estás feliz o emocionado, o cuando estás triste... cómo meterlo adentro y no largarlo? Y qué bronca no largarlo!

Por qué me cuesta tanto decir todo lo que tengo para decir? Siempre creí que hablando, largando todo, llorando todo lo que hay que llorar y riendo todo lo que hay que reír el alma se liberaría. Pero no me sale ni media lágrima, quizás porque en el fondo siento que no puedo mostrarme, y mucho menos ser, débil.

Por qué me cuesta tanto abrir la boca para gritarle a mi vieja, a mi hermana, mi hermano y mis sobrinos: LOS AMO con el alma entera y cada pedacito de mi ser! Pero me sale abrazarlos, y gritarles por otras cosas, quizás sea que me da vergüenza mostrarme tan vulnerable.

Por qué casi ni puedo mirar a los ojos, abrazar, acercarme y decirle a ese pibe que me gusta, que me encanta! Quizás sea por mi miedo al rechazo, las heridas que quedan de un bajo autoestima.

Y así, podría seguir con varios ejemplos más (cerca de mil). Pero en cada caso, llego a la misma conclusión o a la misma pregunta: qué es lo peor que podría pasar? Siempre me respondo lo mismo: que lo peor NUNCA es tan grave. Y cuando me pregunto lo contrario: qué es lo mejor que podría pasar? Me encuentro con un mundo de posibilidades sensorialmente espectaculares. Imaginate:

La sensación de sacarte un peso de encima, de poder respirar y sentir que tu alma está un poco más afuera, menos presa, más libre. Escuchar un te quiero o un te amo de las personas que más te importan en el mundo, recibir un cálido, sincero, sentido reconfortante y contenedor abrazo, sacarle una sonrisa a alguien más o una lágrima de emoción. Que ese alguien especial te diga: a mí también me gustas, o mejor aún que te de uno de esos besos de película, que no se dan y mucho menos se sienten a menudo... Prácticamente mágicos, que frenan el mundo entero, los sonidos, la gente, el movimiento, el tiempo... Irónicamente durante segundos.

Por qué tanto miedo? Puta! Si se supone que siempre hay cosas buenas y cada vez mejores por llegar! Si se supone que si algo no se da, por algo no se dio y porque en el camino nos espera otra cosa, un poco más adelante y con más paciencia... Pero será que quizás, si no nos animamos y no damos esos saltitos, no llegamos a lo que está más adelante? Me agota vivir así. Me frustra. Me hace sentir que vivo una vida aburrida. Me doy bronca!! Quiero expresarme y vivir al 100%, sin miedo a nada, sin temor! Y sin rumbo fijo, por qué no? Lo peor que me puede pasar…, qué me importa! Lo peor será al fin y al cabo, siempre lo mejor.

Empezaré de lo más sencillo a lo más difícil, pero voy a sacar de adentro las ganas enormes, tremendas, escalofriantes, agudas, incontenibles y hasta agobiantes que tengo dentro de vivir! Y creo que le haríamos un favor enoooorme al mundo, si todos intentáramos al menos, lo mismo. Siempre y cuando si va a hacernos un poco más felices!


Les cuento pronto, ahora, me voy a vivir y a hacer lo que yo digo.

13 junio, 2013

Día del padre, lado B.

Siempre creí que los padres no podían estar, bajo ningún punto de vista, preparados para la pérdida de un hijo. Es biológicamente incorrecto, no debería suceder, no es lo lógico. Por ende, es casi inentendible si sucede y una de las pocas cosas que si pasan, no pasan. En cambio al revés, siempre supe que algún día iba a pasar.. Que algún día, y siempre pensaba ojalá que falte un montón, uno de mis viejos se iba a ir, y después el otro. Pero siempre también pensé que sería lo suficientemente grande, que estaría preparada para que sucediera, que iba a ser fuerte y valiente, que me iba a poder sostener de pie, que iba a ser “lo normal”;  obviamente me iba a doler, pero era la inevitable rueda de la vida, el destino, lo biológicamente correcto, coherente, lógico, normal. Pero como siempre, la vida te tiene sorpresas. No sólo no estaba preparada para vivir lo que viví durante los 8 meses que mi viejo estuvo enfermo. Si no que no puedo superar, a casi un año de su partida, el hecho de que ya no esté (y creo nunca superaré).

Lo peor de todo es que, viste cuando compartís mucho tiempo con una persona como un amigo, o un novio o novia,  y después te peleás.. Y cada tanto pasás por algún lugar y te acordás que ahí iban a comer, que por acá pasaban siempre, que en esa parada de subte se dieron un beso que hizo que el mundo dejara de girar y te ponés un poco meláncolico, recordás con un poco de tristeza y otro poco de alegría. Pero de última, sabés que podrías mandar un mensaje, llamar, hablar, o simplemente cruzarte con esa persona en algún lugar que se frecuente. Pero con mi viejo es mucho peor. Lo recuerdo cada vez que me subo al auto y pienso: “al final, tanto que hinché con el auto, ni siquiera lo vio” o “manejo bien, papá estaría re orgulloso”. Lo recuerdo cada vez que entro a casa y miro para la habitación, automáticamente y primeramente a su lugar vacío en la cama (acostumbrada a verlo en cama durante meses). Lo recuerdo cada vez que paso por Caballito porque ahí me esperaba para traerme a casa después del trabajo. Lo recuerdo cada vez que subo a la Gral Paz, porque me llevaba todas las mañanas cuando trabajaba en Belgrano para que no tenga que viajar apretada en el tren. Lo recuerdo cada vez que me siento a la mesa y alguien pide sal, acostumbrada a que mamá cocine sin sal por papá, y que papá siempre le terminara agregando más sal que todos. Lo recuerdo cada vez que pienso que debo la tesis, y lo mucho que le hubiera gustado verme recibida. Lo recuerdo cada vez que creo que alguien me gusta y que quizás puede llegar a ser la persona que quiero a mi lado, y ahí me pregunto si realmente esa persona me haría feliz como yo quiero y necesito que me haga feliz (es que mi viejo una vez le dijo a mi mamá que él quería verme feliz y entusiasmada por estar de novia con alguien, que así era el amor, porque él vio antes que nadie cuando  yo no estaba siendo feliz). Lo recuerdo cada vez que veo una mirada triste, porque fue la mirada que sostuvo el último tiempo. Lo recuerdo cada vez que veo una mirada llena de amor, porque es como él me miraba, y el recuerdo de su rostro iluminado al verme cada vez que llegaba a casa es el recuerdo que más feliz me hace desde hace tiempo. Lo recuerdo cada vez que digo que me quiero ir a vivir a Córdoba, que es mi lugar favorito en el mundo, y es el lugar donde mi viejo me llevó desde chiquita de vacaciones y donde el pasó tanto tiempo de su vida. Y así, mil situaciones, ejemplos, pensamientos más.

Creo que lo recuerdo a cada instante, lo pienso casi constantemente. Y es doloroso, porque ya no está. Y a diferencia de alguna persona que por elección propia ya no está en nuestras vidas, no puedo llamarlo, no puedo verlo, abrazarlo, decirle que lo quiero, que lo extraño, que lo necesito, no puedo pedirle perdón por las cosas que hice mal, ni contarle los logros de los que sé que estaría muy orgulloso.

No puedo sacarme el nudo de la garganta. No lo puedo largar, tampoco lo puedo tragar. Está ahí, siempre presente, a flor de piel. Con el llanto al roce del aire. Con la mirada perdida en cada momento desocupado. Con mil palabras sin decir. Quizás debería dejar de sentir culpa. Pero es difícil, casi tan difícil como pensar la vida que me queda sin él. Casi más difícil que avanzar. Dicen que el tiempo cura todas las heridas, que todo pasa, que siempre todo es para mejor. Siempre lo creí, creo que aplica para la gran mayoría de las situaciones de la vida, REALMENTE LO CREO, pero no para la muerte de alguien tan importante en nuestras vidas como son nuestros viejos. ¿Cómo puede alguien creer que la pérdida de uno de tus padres,..., que esa herida algún día se cerrará? Es imposible. A lo sumo, me acostumbraré a que alguien me falte, y con ese alguien me falte de todo y me sienta incompleta y con un dejo de tristeza. No lo veo como algo malo, es parte de lo que digo siempre, de aprender, de crecer, de madurar, de la vida. Es la rueda de la vida. Pero me pregunto lo que pregunté una vez cuando era chiquita: ¿por qué no podemos vivir eternamente sin que nadie se nos vaya y vivir felices para siempre?

No todo se supera, no todo pasa. Tal vez es que simplemente nos acostumbramos a vivir sin determinadas personas a nuestro lado, nos quedamos generalmente con lo más lindo guardado en un precioso pedazo de nuestro corazón, y a seguir la vida. Sé que es lo que le gustaría, aunque  no nos decía las cosas, estoy completamente segura de que lo que más le hubiera gustado era vernos a todos juntos, y felices. 


Es difícil ser feliz sin vos, pero no puedo no intentarlo. Eso es lo que te regalo. Pero lo que no podés pedirme es que no te extrañe. 


07 junio, 2013

Cambiar

La palabra cambiar significa, según el diccionario, muchas cosas, pero en relación a las personas para mí sólo dos significados podrían aplicarse:

1      Modificación de una cosa para convertirla en algo distinto u opuesto.
2      Variación o alteración de un estado por otro

Creo que casi diariamente utilizamos la palabra o el verbo “Cambiar”, para referirnos a algún tipo de modificación que nosotros mismos estamos intentando hacer sobre algún aspecto personal, físico, de ideales etc que no nos gusta, no nos convence, nos hace mal, lle hace mal a alguien cercano etc o bien para referirnos a alguien más y generalmente de modo negativo.

Este último año fue un año lleno de cambios en mi vida, quizás demasiados, y que por ende y por lógica cambiaron cosas de mi persona. Pero es justo ahí, donde me detengo a pensar y me pregunto si realmente la palabra cambio aplica correctamente.

Que alguien se haya ido, que algunas personas hayan cambiado, haber cambiado mi aspecto exterior, haberme separado de mi pareja, haber viajado al interior para conseguir trabajo allí, haber incorporado nuevas y diferentes personas a mi vida, haber recuperado antiguas amistades, son sólo cosas que pasaron…  causalidades, el destino, cómo quieras llamarlo. Pero no sé si puedo llamarlos cambios. Sí, soy consciente de que a raíz de todo esto rasgos de mi personalidad se fueron modificando, mi actitud ante determinadas situaciones también es diferente a lo que hubiera sido un año atrás, mi entusiasmo frente a las personas, maneras, hechos, también es distinta, quizás más realista. Pero no sé si fueron cambios, creo que tienen más que ver con un poco de maduración por un lado, un poco de realidad en mí y no tanta ingenuidad.

Pero por algún motivo, insistimos en decir cosas como: “no, para seguir juntos los dos tenemos que cambiar” o “ no, no nos hablamos más porque él o ella cambió”, “no, no somos más amigos porque su actitud cambió”, “ya  no nos entendemos, las cosas cambiaron”, etc etc etc. Algo que supe desde chica es que constantemente estaríamos “cambiando” porque constantemente crecemos, y nos pasan cosas que nos van enseñando todo lo lindo y lo feo que puede haber en el camino. A algunos nos pasan muy temprano, a otros muy tarde, a otros justo a tiempo. Y siempre supe que habría gente a mi lado que podría entender y saber ver mi maduración, pero que no todos podrían seguirme, soportarlo, y seguir a mi lado una vez que el proceso hubiera terminado (al menos momentáneamente) y la más triste de todas las posibilidades es darme cuenta en medio de mi maduración que algunas personas ya no servían de nada en mi vida. Y a veces es lo que nos pasa, vamos perdiendo personas que van quedando en otras “etapas”, te vas desfasando, porque no te entendés más, aunque lo intentes. Otros intentan igual quedarse ahí porque no les molesta estar divergidos, saben que en algún momento entenderán o intentar acercarse a tus sentimientos e ir preparándose para sus propios y futuros momentos (creo que son las personas que solemos llamar observadores, de las más inteligentes que siempre me encuentro).


Pero qué difícil es crecer, madurar, cambiar. Lleva tiempo de ajustes, de adaptación. Creo personalmente que más para la persona que lo sufre, que para aquellos que creen sufrir alrededor de “un cambio” de alguien más. 

Pero sin duda alguna, lo que más todos sufrimos creo, es el momento de crisis. Crisis siempre tiene una connotación negativa, pero yo siempre digo y repito algo que dijo mi profesor de Sociología en el secundario: Crisis significa CAMBIO, y el cambio siempre es bueno. El problema es que cuando estamos en crisis a veces no sabemos para dónde correr, por dónde arrancar, qué solucionar primero, porque muchas veces ni siquiera entendemos qué está pasando y cualquier tipo de situación o cambio, vemos al menos al principio como algo malo. Lo bueno es que a veces, la desesperación es tan grande que dejamos de pensar, seguimos un impulso, una corazonada, y arrancamos con el pie derecho a solucionar nuestra crisis, sin darnos cuenta, a empezar  el cambio el crecimiento. 

Madurar nos hace viejos, pero también más sabios. Sólo nos quedará aprender a resguardar al menos un pedacito de pureza para no perder la esencia y sentir correr por nuestras venas lo más lindo que existe: la vida.