13 noviembre, 2013

Tan simple como eso

La cotidianidad con la que vivimos, hace que le restemos importancia a cosas que ya nos son tan comunes, tan básicas, tan de todos los días, o todos los años. Hace  que no le prestemos atención a pequeños detalles, a pequeñas personas, frases, palabras. Sólo el día en que esa persona, palabra, frase, cartel, casa, deja de estar dentro de nuestra cotidianidad es que nos damos cuenta de que... nos hace falta, no estamos completos sin ella.

A veces pienso si es que extraño sólo las palabras, o será su voz, o el tono inconfundible en que me lo decía, la mirada que acompañaba, el beso o su sonido. Y no logro identificar qué parte de todo es, o si en realidad en este caso es un todo. Probablemente así sea. Y qué insignificante, poco memorable, normal me parecía cada vez que llegaba ese día y al despertarnos y encontrarnos (generalmente en la cocina) él me decía esas palabras. Y ahora que no las dice más, me parece tan importante. Lo necesito tanto. Lo extraño tanto. Me desgarra el corazón.Y lo único que puedo pensar es en que, ya nunca lo tendré. Y lo peor, es que sé que me queda la vida entera e incontables días en que pensaré exactamente lo mismo.

Algunas cosas, se recuerdan con tristeza. Pero, lo lindo es, cuando recordamos algunas de otras cosas con alegría. Una alegría extraña, llena de melancolía. Como ayer, que mientras mi hermana limpiaba la mesa para apoyar su compu, yo traía la mía y le corría las cosas a "su lado" de la mesa. Hasta que me mira y me dice, sos una viva bárbara, yo corro todo para poner la compu y vos me ponés más cosas acá arriba. No pude evitar tentarme de la risa y decir: como hacía papá, y relatarles esto que hacía mi viejo: terminaba de comer, juntaba sus miguitas y las empujaba hacia algún otro lugar de la mesa (el de alguien más). Aunque el otro estuviera comiendo... o también intentando limpiar SU lado de la mesa. Esos momentos son momentos encontrados, donde me río de algo que era cotidiano, lo hacía SIEMPRE, y cada tanto lo retábamos, pero era normal, e insignificante. Creo que es un detalle que no había recordado desde que se fue. Pero ayer lo recordé, recuperé un pedacito de cotidianidad y lo volví risa. Eso es lo lindo de recordar, y creo que es lo lindo que todos deberíamos intentar. Recordar con alegría.

Lo malo de aquellos que se van para no volver, es que ya nunca los volveremos a tener, eso es lo triste, la necesidad de tenerlos, quererlos, abrazarlos, mirarlos y no poder. Pero al menos nos deja con lo que ya tenemos, para recuperarlo, para revivirlo, para reírlo, para disfrutarlo... sin posibilidad de arruinarlo porque ya pasó, ya está, es como es, no hay forma de cambiarlo. Lo malo de aquellos que se van, pero cuando quieren vuelven... es que tienen chance de arruinarlo todo. Y creo entonces que prefiero que los que se van y pueden volver, no vuelvan. Y creo entonces que prefiero que los que se van y no pueden volver, queden siempre guardados en mí, con su mejor sonrisa, con su mejor abrazo, su mejor mirada, su mejor frase, sus mañas, y el mejor recuerdo. 


Qué bueno sería, darnos cuenta de que lo que más felices puede hacernos, son esas cotidianidades, es tan simple y tan fácil! ¿Podemos empezar a rescatarlas hoy? ¿Podemos empezar a valorarlas hoy? ¿Podemos convertirlas en sonrisas desde hoy ¿Podés llegar a tu casa y abrazar a la persona que te recibe todos los días? ¿Podés guardar cada hola, cada feliz cumple, cada beso, cada abrazo, cada sonrisa, que te dedica cada persona que te quiere? Son cosas invalorables, son tesoros, son alegrías, son cosas únicas. 




Es felicidad. Tan simple como eso.

No hay comentarios.: